“El que habita al abrigo del Altísimo morará a la sombra del Omnipotente. Diré yo al SEÑOR: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío. Porque El te libra del lazo del cazador y de la pestilencia mortal.” (Salmo 91:1-3)
Ese abrigo de refugio es el Altar de Dios. Allí nos refugiamos cuando todo y todos parecen estar en contra de nosotros. Allí podemos descansar, debido a la protección divina. Allí somos libres de todo el mal. Pero el altar no es para todos, pues fue hecho para el sacrificio. Si no vivimos de sacrificio en sacrificar todos los días, no podemos vivir en él.
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