Los legítimos hijos de Dios como sus príncipes en la Tierra.
Cada uno carga dentro de sí la autoridad del embajador de Él.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos
amó, aun estando nosotros muertos en
pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracias sois salvos), y
juntamente con él nos resucito, y así mismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús”
Efesios
2:4-6
A causa de la plenitud del Espíritu Santo, los hijos de Dios
son príncipes del Rey Jesús para ejecutar su voluntad, de acuerdo con su
dirección, en el lugar en el que estuvieren.
Sin embargo, ellos necesitan tener coraje para obedecer.
¿Qué sucede si el embajador desobedece la orden de su
gobernante? Inmediatamente es removido de su autoridad y otro asume su posición.
Lo mismo sucede en relación a los que contrarían la voluntad
de Dios. Son considerados rebeldes e, inmediatamente, son removidos.
No importa si en el momento de su llamado estaba lleno del Espíritu
Santo y hasta profetizó, a ejemplo de Saúl.
La desobediencia acarrea remoción de su autoridad
espiritual.
Es necesario entender una cosa:
Desobedecer al Señor significa dejar de seguirlo,
abandonarlo.
Obediencia al Señor significa hacer su voluntad. Y esto
requiere sacrificio, ya que para que el ciervo de Dios haga su voluntad, es
preciso que niegue la de él.
Por eso Jesús dijo: “Si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese
a si mismo, y tome su cruz, y sígame”.
Marcos
8:34
No resta la menor duda de que es más fácil satisfacerse a sí
mismo, tirar la cruz al piso y no seguirlo.
Pero… ¿De qué sirve tener fe para conquistar el mundo y no
tener fe para obedecer la palabra de Dios?
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